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lunes, 27 de octubre de 2025

"Prohibido sonar", artículo de José Luis Masegosa para La Voz de Almería


No ha mucho tiempo, reafirmaba en estas páginas que un servidor disfruta aun con el kikiriki de un capón vecino, y cuán grande es la ignorancia de quienes no saben que no hay campo ni pueblo si no se oye el gallo, el rebuzno de un asno o el tañer de las campanas. Y es que no falla: en cada pueblo donde aún suena una campana hay, como mínimo, un vecino que dice que le molesta, como ha ocurrido recientemente en mi pueblo, donde el reloj enmudece desde la medianoche hasta las siete, pero no le molesta el tractor a las seis ni la orquesta hasta las tres. No. Le molesta el tímido dong del reloj del campanario, ese que lleva sonando desde que Carlos III llevaba peluca. Ha sucedido en el pueblo riojano de Matute y en otros, adonde han llegado nuevos moradores con sus ansias de bucólico silencio y, a la primera noche, descubren que el campo suena. Y suena con una precisión suiza. Cada hora. Cada media. Cada cuarto si el reloj es de los finos. Y entonces empieza la tragedia: “¡No se puede vivir así! ¡Esa campana no me deja dormir”. El resto del vecindario, acostumbrado a dormir con banda sonora metálica, porque siempre sirvió para los regantes nocturnos, no entiende nada. “Pues a mí no me molesta”, dice la señora nonagenaria, que vive justo enfrente de la espadaña y que lleva medio siglo echándose la siesta con el badajo a dos metros de la ventana. Pero algún vecino debe ser más sensible, como esos que buscan el encanto rural . En su mente, el pueblo ideal tiene olor a pan artesano y silencio de monasterio tibetano con wifi. El caso es que se quejan y sueñan con un botón que ponga “modo avión” en el campanario. Mientras tanto, el reloj sigue impertérrito, -aunque no como antes de que lo silenciaran durante la noche- dando las horas con la misma seriedad de siempre y reivindicando su horaria melodía nocturna, sin discriminación ni malicia. Y lo mejor de todo es que, si un día la campana se estropea y no suena, los mismos que pedían silenciarla son los primeros en preguntar alarmados: “¿Qué pasa con el reloj? ¿No da la hora?”.Así somos. Queremos vivir en un pueblo, pero sin gallos, sin campanas, sin fiestas y sin vecinos. Eso sí: con fibra óptica y pan artesanal de leña. PARA ACCEDER A ESTE CONTENIDO U OTROS SIMILARES SUSCRÍBASE A LA VOZ DE ALMERÍA, AQUÍ.

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