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martes, 2 de diciembre de 2025

"Cartas ausentes", artículo de José Luis Masegosa para La Voz de Almería

Comienza hoy el mes de diciembre. En otros tiempos, a esta altura del calendario, buzones y destinatarios recibían una ingente cantidad de cartas y christmas entrañables. Entonces, diciembre no llegaba envuelto en notificaciones, sino en sobres. El invierno tenía sonido propio: el de la pluma rasgando el papel, el del sello húmedo lamiéndose a pulso antes de pegarlo. Entonces, escribir una carta no era enviar palabras, era dejar un pedacito del alma doblado en un sobre. Pero nuestra carta, la más necesaria, nunca se escribió. No faltó cariño, ni historia, ni destinatario. Faltó tiempo, que es la excusa elegante del descuido, el enemigo silencioso de la nostalgia. La carta quedó suspendida en la memoria. Y es que ya casi nadie escribe cartas. Los christmas —que antes colgaban en cuerdas de tendedero como pequeñas banderas de afecto— languidecen ahora en bandejas digitales. Los pocos que sobreviven al papel llegan impresos, correctos y exactos, sin borrones, sin esa caligrafía que temblaba no solo por el frío, sino por el sentimiento. Porque la emoción, cuando era verdadera, no buscaba la perfección: aceptaba la grieta del pulso, la letra un poco torcida. Antes, una carta escrita a mano era un milagro doméstico. Llegaban tarde, pero llegaban. Y la carta que nunca se escribió —la que debía salvar un silencio, reparar una ausencia, decir un abrazo— sigue sin llegar. Tal vez porque la nostalgia no cabe en un formulario de mensaje, porque los “te quiero” automáticos no dejan sombra, no guardan temblor, no preservan invierno. Hoy todo se envía, pero casi nada se entrega. Y así, sin darnos cuenta, hemos cambiado el pulso por la prisa, el sobre por el click, la letra helada por la inmediatez tibia de la pantalla. Pero diciembre, aunque moderno, a veces nos duele antiguo. Nos recuerda que aún hay personas que merecen más que un mensaje: merecen cartas con caligrafía temblona, no por error, sino por verdad. Quizá aún estemos a tiempo de escribir la carta que falta, aunque tiemble la mano, aunque sobre frío y falten sellos. Porque lo único imperdonable, lo verdaderamente triste, es dejar para siempre sin papel —y sin invierno— lo que la memoria dictó con el corazón.   PARA ACCEDER A ESTE CONTENIDO U OTROS SIMILARES SUSCRÍBASE A LA VOZ DE ALMERÍA, AQUÍ.

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