Días atrás, cuando la tarde dormitaba entre dos luces, bajo el paraguas indeciso del gris y añil, una inesperada visita aérea concluyó su misterioso recorrido sobre el muro posterior de la basílica de mi pueblo. Blanquinegro, orondo e inquieto, el animal no cesó de bucear el poniente con su gualdo pico, sin que, aun hoy, un servidor haya logrado adivinar hacia qué objetivo dirigía sus interminables movimientos. Por la sorpresa del encuentro y por la fecha en la que se ha producido, tal vez se trate de un pato avanzado que ha venido a pregonar las cuitas de este invierno locuelo, al menos en el mundo rural, cuyas comunidades se visten de gala para celebrar las tradiciones que han perdurado a lo largo de los años. Son días que se convierten en un lienzo donde se plasman los rituales, costumbres y festividades que marcan la resistencia y creatividad del ser humano ante las inclemencias del tiempo, que hoy se llama Herminia.
En cada rincón rural, la llegada de enero trae consigo un aire de expectativa. Las familias se preparan para las festividades que comienzan a germinar en sus corazones. Pronto llegará la Candelaria y San Blas. En algunas localidades se celebra la fiesta de la cosecha; en otros lugares se mantiene la “danza de los animales”, que viste a los vecinos de vacas, ovejas, caballos y otras especies de granja, con la que también se rinde homenaje a la conexión entre el ser humano y la naturaleza. A través de la música y el baile, se reconoce la importancia de los animales en la vida rural, recordando que cada uno de ellos tiene un papel vital en el ecosistema y en la economía de cada pueblo. Las tradiciones rurales en invierno son un reflejo del alma de las comunidades que las practican. Por medio de estas actividades, los pueblos se unen para celebrar la vida, la esperanza y la resistencia en un entorno que a menudo puede parecer hostil. Al final de enero, nos recuerdan que en el corazón de cada invierno hay una promesa de renacimiento y de unión. En cada fogata encendida de San Antón o San Sebastián, en cada cuento compartido, se forjan los lazos que sostienen a la comunidad, tejiendo un mosaico de historias que perduran en el tiempo. Las historias que, vanamente, buscaría la otra tarde el pato perdido de mi pueblo.
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