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lunes, 10 de noviembre de 2025

"Relojes sin alma", artículo de José Luis Masegosa para La Voz de Almería

Días atrás, mi amigo Felipe José me transmitía su alegría porque había conseguido reparar una pequeña avería del vetusto reloj de pared que, heredado de su abuelo, siempre acompañó su casa. Su regocijo se justificaba, entre otras razones, porque no se había visto obligado a llevar el longevo crono al relojero más cercano. El estado anímico de mi vecino me recordó que en la casa de mi infancia el tiempo tenía sonido propio. Y lo macaba aquel esbelto reloj que, adosado al corredor de la vivienda de mi bisabuela, mantenía con esmero mi invidente tío Segundo. Hace muchos años que dejé de saber de aquel cronometro que no facilitaba notificaciones ni alarmas; era el tic tac constante de un péndulo de madera oscura que marcaba las horas con solemnidad, como si cada campanada fuera una lección de paciencia. El reloj no corría: caminaba despacio, con la dignidad de quien sabe que el tiempo no se persigue, se vive. Y mis antepasados, que entendían su idioma, organizaban sus días según ese compás pausado. Hoy los relojes ya no tienen alma. Los llevamos pegados al cuerpo, en la muñeca o en el móvil, y en lugar de acompañarnos, nos persiguen. Vibran, suenan, nos recuerdan todo lo que falta hacer. Hemos cambiado el tic tac por el ping del mensaje y el clic del calendario digital. Y en ese intercambio, perdimos el ritmo humano del tiempo. Aquel reloj familiar se atrasaba siempre unos minutos, pero a nadie le importaba. Así me da tiempo de llegar con calma, decían con una sonrisa los moradores. En cambio, nosotros vivimos adelantados. Hemos olvidado lo que mis antepasados sabían sin estudiar: que el tiempo no se controla, se comparte. Cuando el reloj dejó de andar, nadie en la familia se animó a tirarlo. Quedó pegado en la pared como un corazón dormido. A veces, cuando el silencio llena la casa, que es casi siempre, me parece oír de nuevo su tic tac imaginario. Es entonces cuando recuerdo que vivir despacio no es perder tiempo, sino recuperarlo Quizás algún día aprendamos otra vez a medir los minutos no por la velocidad, sino por el sabor. A mirar el reloj sin miedo, a dejarlo descansar. Porque el tiempo del abuelo, el tiempo del reloj que respiraba, era también el tiempo de la vida vivida sin prisa, con alma. PARA ACCEDER A ESTE CONTENIDO U OTROS SIMILARES SUSCRÍBASE A LA VOZ DE ALMERÍA, AQUÍ.

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