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lunes, 3 de noviembre de 2025

"Citas previas" artículo de José Luis Masegosa para La Voz de Almería

A mi vecino Antonio, un octogenario rural, no le faltan razones para confirmar que ha desistido de entenderse con las estancias administrativas que le afectan –que son todas- por haberle llevado a la exasperación un invento llamado cita previa que, según él, se le ha requerido hasta para la utilización de un aseo público. Y es que en otros tiempos, el ciudadano — aquel ser anónimo, contribuyente y esperanzado— podía presentarse en ventanilla con un papel arrugado, un número ilegible y la fe suficiente para ser escuchado. Hoy, en cambio, se le exige un nuevo sacramento administrativo: la cita previa. Este requisito no es, como podría pensarse, un mecanismo de orden y eficacia, sino una evolución natural del laberinto burocrático, donde la tecnología no vino a servir al hombre, sino a multiplicar sus esperas. Porque no basta ya con madrugar y hacer cola; ahora hay que hacer cola para hacer cola virtual. El peregrinaje comienza en la página web del organismo en cuestión, una obra maestra de la confusión pública. Tras vencer tres pruebas para diferenciar a los humanos, introducir veinte veces el mismo número de DNI y jurar que no es un robot, el ciudadano descubre que no hay citas disponibles. Se abre entonces una etapa de reflexión y resignación, en la que uno comprende que la Administración, más que un servicio, es una experiencia mística. El más perseverante prueba suerte a medianoche, cuando los duendes informáticos actualizan las agendas. Ve un hueco libre… para dentro de sesenta días. Esperanzado va a la oficina, el guardia de seguridad —nuevo oráculo del Estado— le recuerda que sin cita no hay salvación. Otro rito lo aguarda adentro: el número digital que nunca avanza, la ventanilla que cierra justo cuando le toca, y el funcionario que, con sonrisa administrativa, le invita a volver… con otra cita previa. Así transcurre la vida: una sucesión de pantallas, formularios y promesas de atención. No se sabe si vivimos en una sociedad informatizada o en una tragicomedia de Kafka con conexión Wi-Fi. Y sin embargo, al contrario que mi vecino, el ciudadano persevera. Tiene fe en que un día, quizás, logre ser atendido. O al menos, que el sistema le reconozca —aunque sea por error— como un ser humano y no como un solicitante no identificado. PARA ACCEDER A ESTE CONTENIDO U OTROS SIMILARES SUSCRÍBASE A LA VOZ DE ALMERÍA, AQUÍ.

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