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lunes, 14 de junio de 2021

"El dolor del olvido"

Miguel Rafael Martos Sánchez, más conocido por Raphael, reconocido como uno de los precursores de la melodía romántica en España y en los países de habla hispana, reanudó anoche en el Festival Jardín de Pedralbes, en Barcelona, la gira conmemorativa de sus 60 años en los escenarios, que tuvo que suspender a consecuencia de la crisis sanitaria, tras reunir en diciembre de 2020, en el Wizink Center de Madrid, a más de cinco mil personas. Esta puesta de largo para celebrar seis décadas de carrera profesional coincidió en su día con el lanzamiento del disco Raphael 6.0, en el que el artista de Linares versiona canciones ajenas y míticas como Resistiré, Se nos rompió el amor, y otras más en las que cuenta con la participación de dúos de altura.


A buen seguro que las crónicas postreras del concierto regalarán hoy éxitos y triunfos de esta veterana voz del palmarés musical hispano. En tanto que visiono algunas piezas previas a la actuación, y me enfrasco en algunas lecturas aderezadas con un incesante e inesperado aguacero primaveral, -como en alguna otra ocasión que ya habré referido cuando aparece en mi vida el ídolo linarense- mis ojos se detuvieron en otro tiempo de cerezas y en un escenario familiar: Oria, antigua calle del Rulador, hoy Avenida de Andalucía, número 31 .En las dulces noches de primavera, en las refrescantes veladas de verano y en los templados crepúsculos de otoño, mientras el ídolo de Linares triunfaba por doquier, los niños de los años sesenta y setenta del referido entorno de la vecindad solíamos inventar juegos y modos de diversión para aliviar horas de aburrimiento. Entre estas creativas distracciones había una muy simple que nos atraía de manera especial y que nos proporcionaba una tremenda emoción, tal vez porque nos subía la adrenalina a niveles impredecibles. 

De aquel lejano grupo o pandilla cuasi adolescente salían uno o varios voluntarios y voluntarias que como una exhalación debían aproximarse a la puerta entreabierta de la casa aludida, que ocupaban “los Cata”, Mateo Ramírez Sánchez, su mujer, la buena de Carmen Martínez García, más conocida por “Carmen la Jesusa”, y el hijo de ambos, Mateo.

Aquellos sobresalientes listillos asomaban la cabeza por el ventano de la puerta y a voz en grito exclamaban reiteradamente ¡Carmen, tía de Rafael¡, ¡Carmen, tía de Rafael!, al tiempo que todos poníamos pies en polvorosa mientras la menuda figura de nuestra convecina asomaba con una escoba bajo el quicio de la puerta para ahuyentar a aquellos maleducados gamberretes que de esta guisa molestaban innecesariamente a sus conciudadanos. La “broma” tenía su argumento popular –aún en vigor- si bien muy reservado por los afectados. Esta sencilla familia orialeña estaba emparentada con Rafaela Sánchez Martínez, madre del cantante, y cuyos padres, a su vez, eran naturales de Dalías, según leo en el acta de nacimiento de Rafael, si bien por desavenencias familiares la relación se rompió y la sola mención del triunfador de la canción causaba gran malestar entre los pacíficos moradores de aquella casa de la vieja calle del Rulador, que aún permanece en pie tal cual aunque con las huellas arañadas por el paso del tiempo.

La reiniciada gira 6.0 con el concierto de anoche y las previas piezas informativas – en las que el artista confiesa que reaparece con la ilusión del primer día, que sus mejores discos y su gran noche están aún por llegar- han despertado mis particulares vivencias de infancia y el recuerdo de su siempre injustamente ignorada familia almeriense por su parte, más aún cuando le oigo decir que él siempre está empezando y que “nunca se olvidó de vivir”. Y reflexiono para mí: alguna vez debería haber empezado a reconocer y regalar algo de cariño a sus familiares de nuestra tierra y no olvidarlos nunca, pues algunos olvidos causan tal dolor que abren heridas de por vida, como las que sufrieron “Carmen la Jesusa” y sus familiares directos. Unas heridas, cuyo origen desconocíamos aquella panda de temerarios e irrespetuosos pequeños, que con la madurez tanta desazón han causado en mi conciencia por el inconsciente hurgamiento de las mismas en aquella buena familia que donde quiera que se encuentre seguro que ha sabido perdonar nuestra impertinencia y falta de respeto.

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