martes, 4 de diciembre de 2018

Manuel Madrid, director de Tierras Oria; Alma, psicóloga y su hijo 'Ja' conversan con los niños condenados

Niños condenados y con problemas de salud mental hacen turismo cultural en Granada | Los propios chavales fueron turnándose para interpretar el papel de guías durante su recorrido por la Capilla Real, la Catedral y la Alcaicería.


Jaime -los nombres de los menores infractores que aparecen en este reportaje son ficticios- se ha encaprichado de uno de los rosarios que se venden a la salida de la regia Capilla Real de Granada. Entre un amplio muestrario, ha elegido uno que cuesta tres euros. Jaime intenta colgárselo al cuello, pero el diámetro de sus cabeza es mayor que el del rosario y no hay manera. Una sombra de tristeza oscurece su cara. Sus amigos le dan entonces la solución: «Póntelo en la muñeca». Con la lentitud característica que causan los fármacos para tratar los trastornos psiquiátricos, Jaime adorna su muñeca con la flamante pulsera. El resultado le satisface. Todo está en orden. Sus ojos, que muestran un asombro permanente, se relajan un poco. La ansiedad retrocede.

A todo esto, Manuel Madrid se hace cargo del pago del rosario. «El 'maestro' se va a quedar tieso, ja, ja, ja», se carcajea Ignacio, otro de los miembros de la singular expedición. Manuel es el director del centro de internamiento de delincuentes infantiles y juveniles Tierras de Oria, en Almería. Ese establecimiento, por su capacidad y especialización, sería el equivalente a una cárcel de máxima de seguridad para adultos. Pero a Manuel, sus niños -que es como le gusta referirse a ellos- le dicen el 'maestro'. Y si le llamasen 'papá' tampoco se extrañaría. «Tengo a unos cuantos adoptados», bromea, mientras algunos de los aludidos se ríen felices. No les disgustaría ser hijos de Manuel y se nota.

Los siete muchachos que siguen a Manuel y la psicóloga Alma -una de las expertas de Tierra de Oria- por el centro de Granada tienen problemas de salud mental de importancia: adicciones, síndromes, retraso, impulsividad extrema, trastornos de la personalidad... Esas alteraciones les condujeron al delito y acabaron encerrados en el módulo que Tierras de Oria reserva para estos chicos -un departamento que, dicho sea de paso, está a rebosar de pacientes-.

Estudiar para contarlo

Además de la medicación y el tratamiento psicológico, Manuel se lleva a la calle a los jóvenes -de entre catorce y 17 años- de cuando en cuando. Es una forma de que se aireen en el amplio sentido de la expresión. Las salidas tienen un claro contenido cultural y curativo. Ayer, sin ir más lejos, tocaba el eje Capilla Real-Catedral -Alcaicería. Los muchachos iban a someterse a la terapia de los Reyes Católicos.

En los días previos a la excursión, hubo un reparto de papeles. Los más dispuestos o con mayor capacidad para expresarse fueron designados guías, lo que supone que tuvieron estudiarse los monumentos para luego contarlos.

Damián en uno de ellos. Es un estudiante de cuarto de ESO muy aplicado. Su conversación es pausada. Todo en él transmite sosiego. Lejos queda el día en que una explosión de rabia incontrolable le llevó a perpetrar una violenta agresión. «El centro (Tierras de Oria) está muy bien. Los educadores me están ayudando mucho. Estoy aprendiendo a controlar los impulsos», explica al tiempo que repasa los apuntes que ha elaborado par explicar la Catedral de Granada.

Damián afirma que ya se ha reconciliado con su víctima y con él mismo. Ahora mira hacia adelante. Quiere ser físico.

A su lado, Jaime manosea el rosario que le ha regalado el 'maestro' Manuel Madrid. Él no piensa en el futuro. Tiene 16 años y con solo doce empezó a drogarse. «Primero, los porros; después, la cocaína; luego la MDMA (anfetamina conocida como éxtasis)... Y me quedé tonto», confiesa con una sinceridad que estremece.

Su cerebro de niño no pudo soportar el 'narco-bombardeo' qué el mismo desencadenó. Como Damián, asegura que en Tierras de Oria ha hallado la paz que no encontró en otros centros de internamiento para menores infractores.

Musulmán y africano

La expedición acaba de dejar atrás las tumbas de Isabel y Fernando, y la pregunta de los turistas es la misma: «¿Pero de verdad están aquí?». Manuel y Alma les confirman que sí, pero ellos siguen sin tenerlas todas consigo. No terminan de creerse que estén a un palmo de los cadáveres de los Reyes Católicos. «Y ahí están también los restos de Juana la Loca, que como su propio nombre indica, no estaba muy bien», comenta otro excursionista. Carcajadas generalizadas. Nadie se siente incomodo por la alusión a la locura. Al contrario: les divierte.

Amín es el que saluda con más risas la alusión a la hija de los Reyes Católicos. Es musulmán y africano, y llegó a España con solo diez años. Se escondió en la barriga de un barco y consiguió alcanzar la costa andaluza, concretamente, Almería. El polizón no tenía a nadie en aquella provincia ni en ningún otro lugar de España y se buscó la vida cometiendo robos. Como padece hiperactividad, debió hincharse a 'pegar palos'. Como el resto, terminó en una celda de Tierras de Oria y ahora también se le ve tranquilo. Es la característica común a todos: el sosiego. Y el buen humor. «¡Lo que más me ha gustado de la Catedral es que le he dado un euro a pobre!», exclama Ramón mientras salta y corretea alrededor de Manuel Madrid, que, como es costumbre, es quien ha financiado la buena obra de su niño. Su cartera llegó agotada al final del viaje.

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